Ya he vuelto de mi viaje por Nueva York. Es un sitio increíble. Yo llevaba unas expectativas muy altas ("es difícil poner más ganas que tú en este viaje", me dijo mi hermano). Era eso que decías siempre cuando te preguntaban qué es lo que tienes que hacer antes de morir: ir a Nueva York.
Y no ha defraudado. Quizá ha sido también por la compañía, mi hermano, con el que estoy en la misma onda del todo y nos entendemos a la perfección, lo que facilita mucho las cosas en estos casos. Nos hemos dado una paliza tremenda, eso sí, pero lo hemos visto todo, o casi. Si dejamos a parte museos (eso para otra ocasión, aunque antes tendré que ver los de Madrid, que me pilla más cerca), Harlem y sus misas gospel y poco más, lo demás está visto, aunque por encima, claro, no da tiempo a más en una semana. Hay que volver, hay que dejar algo.
En estos días he comprendido varias cosas:
- Hay dos tipos de neoyorkinos: los que son excéntricos y los que, directamente, están locos.
- En Nueva York no saben pasear, van corriendo a todas partes.
- Mi inglés es una mierda, mejor el español.
- Manhattan es quizá el lugar más seguro en el que he estado hasta ahora: hay polis en cada esquina.
- No saben conducir y los semáforos están mal regulados: cuando se pone en verde para los peatones, los coches pasan en paralelo a ti, pero también pueden girar hacia donde estás, así que o te apartas o te pillan, no paran.
- Me encanta Little Italy (aunque es super pequeña), el Soho y el Village, y no tanto Chinatown (mucho caos, como en Times Square, pero sin su glamour y neones).
- El agua es el oro transparente en Nueva York: es más barato un té helado en el McDonalds de medio litro que 200 centilitros de agua.
- No tengo criterio para parar de hacer fotos (he pasado de las 500).
QUEDAN 6 DÍAS PARA EL CONCIERTO DE BRUCE SPRINGSTEEN
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