jueves, 10 de septiembre de 2009

Un yanqui en la corte del rey Arturo

Las leyendas artúricas y medievales me atraen especialmente. En mi pequeña biblioteca tengo varios libros relacionados con el rey Arturo, como Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros, de John Steinbeck, o Las nieblas de Avalón, de Marion Zimmer Bradley.

Tenía pendiente volver la mirada a una versión diferente de la historia, la que Mark Twain nos cuenta en Un yanqui en la corte del rey Arturo. Muchas son las versiones de este libro que hemos visto en el cine: ¿quién no ha visto alguna película en la que un chico del siglo XX viaja por azares del destino a Camelot? ¿Quién no recuerda ese episodio por el que el chico se libra de una muerte segura afirmando que es un mago más poderoso que el mismísimo Merlín y que hará que el sol se oculte en pleno día porque sabe que al día siguiente tendrá lugar un eclipse total?

Mark Twain nos cuenta las aventuras que vive un joven de finales del siglo XIX que aparece repentinamente en la época artúrica. Sus conocimientos de técnica y tecnología dejarán con la boca abierta a los ignorantes caballeros de la mesa redonda. Pero en lo que realmente pone especial hincapié Twain es en criticar, por una parte, la monarquía y la Iglesia, con capítulos dedicados expresamente a cantar las maldades de estas dos instituciones. Y, por otra parte, explicar cómo el protagonista intenta llevar a la Edad Media el modo de vida actual: crear periódicos, instalar teléfonos, mejorar las comunicaciones...

Tampoco faltan, cómo no, recuerdos a El Quijote (en las novelas de caballería siempre parece muy fácil eso de llevar a cuestas una armadura, pero nadie ha explicado el calor que se pasa ahí dentro o lo mal que se pasa si te pica un brazo y no puedes rascarte).

No es la novela más recordada del escritor estadounidense, pero ha inspirado muchas historias y todavía se mantiene dignamente para un lector del siglo XXI. Porque, ¿quién no ha pensado alguna vez cómo sería haber vivido aquella época de leyendas y oscuridad? Yo, desde luego, sí, muchas veces.