La historia entonces se centraba en los poderes misteriosos que posee un supuesto ajedrez que ha ido pasando de manos en manos a lo largo de la historia. La narración se centra en dos periodos clave en ese recorrido: la Revolución Francesa y el siglo XX. Personajes históricos y anónimos se ven envueltos en una extraña partida de ajedrez en la que ninguno sabe bien qué papel juega ni cuál es el verdadero poder de ese ajedrez, pero que no pueden evitar jugar.
Y cuando el éxito es tal, llega la inevitable segunda parte, El fuego, editado en diciembre de 2008 y que se lanzó de cara a la campaña navideña. Nos encontramos con algunos de los personajes que ya vimos en El Ocho, pero ahora el protagonismo recae sobre la hija de la pareja protagonista de la primera parte, que ve cómo la partida de ajedrez vuelve a empezar.
De nuevo, las claves vuelven a aparecer por todas partes, las huidas a contrarreloj marcan el ritmo de un libro que se hace demasiado acelerado y en el que intentamos encontrar una trama convincente, sin hallarla. Nos encontramos con personajes históricos que nos hacen pensar que la novela tomará otro cauce mucho más interesante, como el caso de la aparición, desaprovechada, de Lord Byron. Los "giros de guión" terminan por cansar, y el hecho de que cada capítulo termine con una "sorprendente" revelación logra que el interés, en vez de aumentar, vaya disminuyendo según leemos sus casi 550 páginas:
"¡Oh, fulanita es la verdadera Reina Negra!"Cosas así, constantemente.
"De pronto apareció zutanito por la puerta acompañado por quien menos pensaba encontrar en ese momento: ¡Mengana!"
Llega un momento en que ya no sabes ni de qué hablan, no es verosímil que los personajes sean todos tan inteligentes y sepan de todo (sí, de todo, da igual de qué se hable, son una enciclopedia andante). No cuela tanta perfección.
No era necesaria una segunda parte. El Ocho quedaba cerrado y no me consta que nadie hubiera pedido una segunda parte. Pero es lo que tienen los éxitos...