Click! El bote de bebida se abre según se apagan las luces y se sube el telón. Crrrraaaacccckkkkk!! La bolsa de patatas es más difícil de abrir, y hace ruido. Todo preparado para que empiece la representación. Oye, pásame la bolsa, que tengo hambre. ¿Me das un poco? Gracias. Ssscchhhhhh. Crack, crack, crack, crack, crack. Jajajajaja qué tío, mira qué pintas [...] Plas, plas, plas, plas. Venga, vámonos, ¡pero recoge todo!
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Sobre todo, respeto. Si se va al teatro, donde se actúa en directo, donde no hay micrófonos ni efectos especiales que valgan, donde hay mucha otra gente al rededor que ha pagado por pasar un rato disfrutando de cultura, lo mínimo es tener un poco de respeto. Y no montar un chiringuito como si se estuviera, no ya en el cine, sino en un parque. Esto no es un estadio de fútbol, al aire libre y donde no hay que escuchar nada en concreto más allá de los insultos al árbitro y a los jugadores del equipo contrario. No es el cine, donde el sonido de las palomitas se pierde en el volumen de las explosiones y las bandas sonoras. Es el teatro. No hay excusas.
Tampoco se aplaude en medio de la función (sólo en casos muy contados cuando se nota que los actores esperan ese aplauso), ni se levanta uno justo cuando empiezan los aplausos (desde el escenario se ve todo, y esas cosas no gustan demasiado). Hay unos ritos y unas costumbres que hay que respetar.
Pero, sobre todo, no se comen patatas y kikos y se bebe coca-cola en el teatro. Hace que el resto del público se encuentre incómodo, no les dejes escuchar y la obra termine por perder su gracia. Simplemente, saber estar y respeto. Nada más.