Acabo de terminar la cuarta temporada de A dos metros bajo tierra. Sólo me queda la última, y ya empieza a darme pena terminar una serie tan grandiosa.
Para mí, la cuarta no es su mejor temporada, pero el capítulo final hace que la serie remonte de nuevo hasta lo más algo. Para muestra, transcribo el último diálogo. David, uno de los hijos, que pasó hace unos capítulos por una experiencia que le puso al borde de la muerte, dialoga con su padre muerto:
- Pensé que así me liberaría, pero no ha cambiado nada, excepto que ahora sé que está realmente loco.
- No comprendes la cuestión.
- No hay nada que comprender; esa es la cuestión, ¿verdad?
- No me vengas con basura existencial, espero algo más de ti. La cuestión está delante de tus narices.
- Bueno, lo siento, pero no la veo.
- ¿Ni siquiera estás agradecido?
- ¿Agradecido? ¿Por la peor experiencia de mi vida?
- Te agarras a tu sufrimiento como si significase algo, como si mereciese la pena, y no merece la pena, olvídalo. Las posibilidades son infinitas y tú sólo te lamentas.
- ¿Y qué es lo que tengo que hacer?
- ¿Tú qué crees? Puedes hacer lo que quieras, idiota, ¡estás vivo! ¿Qué es un poco de sufrimiento comparado con eso?
- No puede ser tan simple.
- ¿Y si lo es?