Me enganché a House como él a la vicodina. Hubo un tiempo en que esperaba ansiosa la noche de los martes, si no recuerdo mal, para ver en Cuatro otra sesión del médico más irreverente, el que resolvía todos los casos por pura inspiración y que jugaba a ser Sherlock Holmes con los pacientes. Pero pasaron las temporadas y, aunque yo seguía queriendo más House, empezaron a llegar otras novedades que le fueron desplazando hasta que terminé por ponerle los cuernos definitivamente con otros más jóvenes. Como la vida misma, vamos.
House tuvo uno de los problemas más comunes en las series: no saber cortar a tiempo. En mayo por fin cerrará su consulta tras ocho temporadas, ahí es nada.
Me quedo con sus borderías e impertinencias. Con el lupus, que nunca era lupus. Con sus frases.
"¡Hola, enfermillos! Y familiares. Para ahorrar tiempo y evitar charlas aburridas, soy el doctor Gregory House, o sea, "Greg", uno de los tres médicos que pasan consulta esta mañana. No se apuren, la mayoría de sus casos los resolvería hasta un mono con un frasco de analgésicos."
"¡Vaya, tú si que eres feo! Pero has tenido suerte, en otra rama del reino animal tus padres te habrían devorado al nacer."
"Escuchar vuestras teorías, reírme de ellas y apropiármelas, lo típico."
"Perdona, bostezo porque intento demostrar aburrimiento."
"Si hablas con Dios eres religioso, si Dios habla contigo, eres psicópata."
Y, sobre todo, la gran verdad entre las verdades: