Tenía muchas ganas de volver a reencontrarme con Agatha Christie y su detective más carismático, Hércules Poirot. De la colección de libros que mi madre tiene en casa (y que no sé por qué terminó en mi habitación: libros llaman a libros, debe ser...) elegí El asesinato de Rogelio Ackroyd porque había escuchado hablar bien de él. Ya me he leído los más emblemáticos de Christie, como Asesinato en el Orient Express, Diez negritos o Poirot en Egipto (y más), así que tocaba otro.
El bueno de Ackroyd es asesinado con una daga por detrás en su despacho en una noche en que mucha gente tuvo oportunidades para haberle matado, además de haber cuestiones de dinero de por medio. Pero al pueblo acaba de llegar un nuevo vecino, un belga un tanto extraño que resulta ser un reputado y conocidísimo detective al que nada se le escapa.
Lo curioso de esta novela es que está narrada por una especie de personaje secundario, un médico que se encuentra más o menos presente el día de los hechos y que incluye en la narración su propia visión de lo que está ocurriendo. Colaborará en la investigación mano a mano con Poirot, como no podía ser de otra forma. Todo apunta a un culpable, que, para más inri, no aparece por ninguna parte y que nadie sabe dónde está; pero Poirot no se da por satisfecho tan fácilmente.
Entretenimiento por encima de todo: eso es lo que nos facilita Agatha Christie siempre. Los casos pueden ser más o menos complicados, pero siempre enganchan al lector y cuentan con su complicidad, que intenta adivinar lo que ha ocurrido y quién es el culpable (a veces con suerte y otras, la mayoría de ocasiones, sin tanta). Pero siempre divierten, de eso no hay duda.