Después de ocho capítulos de The River me reafirmo en lo que dije tras ver el episodio doble con el que arrancó. Las mismas dudas que tenía se han mantenido durante los ocho capítulos que ha durado la primera y, previsiblemente, única temporada de la serie. Querían dar miedo al estilo Paranormal activity o El proyecto de la bruja de Blair, un tipo de miedo que a mí no me llega y que es complicado sostener durante tantos minutos. Ni muñecas diabólicas colgando de árboles, ni espíritus chungos que toman posesión de la gente, ni cámaras nocturnas que captan movimientos extraños.
Y lo que es más grave: no he llegado a empatizar con ninguno de los personajes. Ni me provocaron simpatía ni odio. Me daba igual que rescataran o no al explorador Emmet Cole. De hecho, visto lo visto, pensaba que era mejor si no le encontraban. El resto de personajes que formaba parte de la expedición que va al Amazonas a buscar al aventurero tampoco se ganaron mi simpatía. Por no mencionar a los personajes hispanos (aunque el español del padre era más que sospechoso): la única función de la niña era contar en nuestro idioma las leyendas que explicaban los acontecimientos que estaban presenciando.
No me creo que las cámaras capten todo, todo. No me creo que todas las leyendas de la zona se vuelvan contra ellos. No me creo los diálogos y las situaciones. Es una serie que solo se puede entender como un entretenimiento ligero y que, para aceptarla, hay que hacer demasiadas concesiones. Que tenga momentos interesantes no justifica toda una serie llena de efectismos.
Y lo que más rabia me da: que quisieran hacernos creer que iba a ser el nuevo Perdidos. Ja.