Por la cumbre de un monte levantado
mis temerosos pasos guío,
por norte llevo solo mi albedrío
y por mantenimiento mi cuidado.
Llega la noche y hállome engañado,
y solo en la esperanza me confío;
llego al corriente mar de un hondo río:
ni hallo barca, ni puente, ni hallo vado.
Por la ribera arriba el paso arrojo.
Dame contento el agua con su ruido,
mas en verme perdido me congojo.
Hallo pisadas de otro que ha subido,
párome a verlas; pienso con enojo
si son de otro, como yo, perdido.
Francisco de Quevedo