Dicen que Nueva York es la ciudad que nunca duerme, pero a las 4 de la mañana sus calles están bastante desiertas...
Así empezó el viaje fugaz a las cataratas del Niágara, en la frontera de Estados Unidos con Canadá.
Niagara Falls, el pueblo, tiene parte canadiense y parte estadounidense, y las cataratas se pueden ver desde los dos lados. Eso sí, las mejores vistas son desde Canadá, así que a cruzar la frontera, con sello nuevo en el pasaporte.
La ciudad, o pueblo, está pensado casi como un parque temático, con hoteles, atracciones, restaurantes, noria... En fin, no merece mucho la pena quedarse allí. Pero sí ver las cataratas, increíbles vistas e increíble sensación.
Para vivir la experiencia en toda regla hay que montarse en el barco que te lleva por el río hasta al lado de las cataratas. Cuando llega casi a la catarata del Niágara (las otras que hay alrededor son más pequeñas), se queda quieto un buen rato para que todo el mundo se pueda mojar a gusto. En ese momento, fotos pocas, eso sí, pero si llevas una camarita resistente al agua, como yo, puedes coger alguna fotito y algún vídeo. Mientras mis padres se cubrían del agua, yo andaba por el medio de la cubierta del barco flipando con las vistas e inmortalizando un momento para el recuerdo.