viernes, 29 de enero de 2010

Salinger y recuerdos

Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero porque es una lata y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada. Para esas cosas son muy especiales, sobre todo mi padre. Son buena gente, no digo que no, pero a quisquillosos no hay quien les gane. Además, no crean que voy a contarles mi autobiografía con pelos y señales. Sólo voy a hablarles de una cosa de locos que me pasó durante las Navidades pasadas, antes de que me quedara tan débil que tuvieran que mandarme aquí a reponerme un poco.
Así empieza El guardián entre el centeno. Y así me enganchó Salinger cuando yo acababa de cumplir los 17 (lo pedí para Reyes ese año). Estaba en el instituto, pero nadie me obligó a leerlo (lástima, porque muchos otros se lo perdieron por esa razón). Escuché en alguna parte su nombre, lo vi en una librería, le eché un vistazo y pensé: "lo quiero leer". Más tarde convencí a mi hermano para leerlo, y también le enganchó bastante. Busqué un libro de relatos cortos de Salinger, "Nueve cuentos", lo saqué de la biblioteca y lo leí en verano.

Ayer falleció. Aunque llevaba años y años de reclusión, apartado del mundanal ruido. De hecho, la peli Descubriendo a Forrester se inspira en su persona.



Lo bueno es que Holden Caulfield siempre estará ahí para volver a él cuando queramos.