lunes, 24 de diciembre de 2012

29


Nochebuena, mi cumpleaños. Otro año más. A las puertas de la treintena...

2012 ha sido un año raro. Hasta octubre habría dicho que había sido un gran año. Esta recta final ha sido apestosa. Pero de lo malo se aprende. Yo he aprendido mucho.

En enero se murió mi abuelo, mi abuelo de Palencia. Es curioso, siempre parece que van a ser inmortales, pero resulta que no.

En junio terminé la carrera de Filología Hispánica. Echo de menos estudiar.

En primavera y verano, volvió Bruce Springsteen a España, y fui a verle dos veces. Las dos fueron mágicas. La primera, por ir a Sevilla, la #ciclogénesisSpringsteen, visitar a Ángeles y pasar un par de días geniales. La segunda por ser la vez que he estado más cerca del escenario: poder ver la cara a Bruce mientras actúa es impresionante. Y batimos el récord (hasta ese momento) de duración de un concierto suyo. Y cantó Thunder road. Y lloré. Magia.

Mi Atleti volvió a ser campeón de la Liga Europa. Nos estamos malacostumbrando. Menos mal que de vez en cuando Messi o el Real Madrid nos ponen los pies en el suelo. Simeone, te queremos.

Visité Londres. Fueron pocos días, tengo que volver. Me he quedado con las ganas de volver a Nueva York, que estaba entre mis propósitos para 2012. A ver si 2013 es el año.

Ha sido un año de series. Mejor no hago repaso a lo que he visto y lo que no (o sí, a ver si un día de estos puedo). 

El trabajo este año me ha dado satisfacciones (sobre todo, en forma de blog) y grandes decepciones. Lo pasé en grande con los Globos de Oro, los Goya, los Oscar y los Emmy. He conocido a gente majísima, otra no tanto, he escrito, entrevistado, pensado, imaginado... Me gusta mi trabajo. Y me gusta dónde trabajo. Por eso me ha sentado tan mal que me lo toquen. El maldito ERE llegó también a El País. Pasamos un mes muy duro, en el que siempre actué como si estuviera en la ya legendaria lista de los 149 (que al final se quedó en 129). La conciencia la tengo tranquilísima; creo que no todo el mundo puede decir lo mismo.

Fue un mes de compañerismo, de emociones a flor de piel, de todos a una, un mes en el que se vio quién estaba del lado de unos o de otros: en los malos tiempos es cuando se conoce de verdad a la gente. Fue un mes que terminó con 129 compañeros fuera y con unos días de no poder contener las lágrimas. Dicen que se llama el síndrome del superviviente. Aquel sábado 10 de noviembre sentí que me despertaban de un sueño dándome un mazazo en el corazón. Que el "mundo feliz" en el que vivía había sido todo una farsa. El sábado 10, el domingo 11, el lunes 12... y, desde entonces todos los días, han sido muy complicados. Seguimos adelante, no queda otra, pero ya nada es igual. Creo que no exagero si digo que el ERE, después de las muertes de mis abuelos, ha sido la peor experiencia que he vivido en mi vida. Puede que sea por mi edad, pero no lo he llevado nada bien. Todavía se saltan las lágrimas al recordar esos días. Malditos sean. Pero aprendí.

Ahora estamos a las puertas de otro año que pinta mal. Da igual lo que piense ahora que va a ocurrir: seguro que todo será diferente, que viviré cosas nuevas, alegrías, tristezas, dolor, emoción. Veré series, películas, viajaré, trabajaré, trabajaré mucho (el trabajo me da la vida, el trabajo es mi vida). Seguiré sin bloguear mucho por aquí (para qué voy a engañarme...). Pero será un año en el que sentiré cosas. Eso es lo importante. 

Y aprenderé. Como este año. Aprenderé mucho, de lo bueno y, sobre todo, de lo malo.

Quedan inaugurados mis 29.