jueves, 31 de diciembre de 2009

Uvas


Mientras el mundo civilizado celebra el cambio de año con un brindis, un beso, un baile, una carcajada o cualquier otro gesto sensato y benevolente, los españoles nos enfrentamos al primer minuto de enero con la boca llena, semiatragantados, engullendo de mala manera y maldiciendo las puñeteras campanadas, con las que no hay manera de sincronizarse. Toda una declaración de principios. Ignoro de dónde viene esta tradición. Hay quien dice que ya era costumbre entre las familias madrileñas acomodadas del siglo XIX, y que luego se añadió el complemento de las campanadas de la Puerta del Sol. Hay quien dice que a principios del XX, los productores de uva resolvieron un excedente creando la tradición. Cuesta creer que el ramo de la vid tuviera en algún momento tal penetración social, pero vete a saber. El caso es que acabamos un año y comenzamos otro con la boca llena de uvas. Y, salvo los más jaraneros, contemplando un reloj por la tele. No es el colmo de la elegancia o del sentido común, pero es lo que hay.

Enric González.